Cristiano Ronaldo celebra con rabia, tras fallar anteriormente un penalti, el tercer gol del encuentro.
Siempre he querido escribir una tesis sobre el comportamiento peculiar de la afición del Bernabéu. Sin embargo, cada semana hay un nuevo capítulo que contradice lo expuesto anteriormente. Una de las primeras veces que mi madre me llevó a ver un partido al estadio sucedió un hecho que me dejó marcado: un aficionado, corriendo escaleras abajo, se despachó verbalmente contra un jugador del Madrid. La víctima era un joven canterano llamado Guti, que se retiraba cabizbajo tras ser sustituido. Un buen amigo me recordó que en su época, Michel -harto de los pitos de la grada- se marchó directamente del campo. En su día, Ronaldo Nazario fue abucheado por su nula presión defensiva y, el caso más flagrante, Zidane, tras un inicio en el que le costó adaptarse al equipo. Hoy, el Bernabéu ha aplaudido a Pellegrini, Baptista y Willy Caballero. ¿Alguien recuerda un gesto de agradecimiento cuando los dos primeros estaban en el Madrid? Ninguno. Es más, al segundo se le pitaba por sus problemas en la creación -Raúl jugaba en su puesto- y los controles imprecisos que realizaba. Pero todo termina en la figura de José Mourinho.
Nunca entenderé el beneficio que obtiene un aficionado al pitar a un jugador de su equipo. Y estamos hablando de broncas importantes a jugadores nuevos, que, tras errar en dos o tres pases, se les señala de por vida. Higuaín, venerado por el Bernabéu en la celebración de la pasada Liga, ha sido sentenciado por el mismo público debido a su pésimo rendimiento en Europa (aunque siempre ha jugado de manera deficiente esta competición). La mayoría de pitos a Mourinho son fruto, en parte, de una campaña brutal en diferentes medios, como si el portugués hubiera secuestrado al tipo más importante de este país. También es cierto que España es un lugar en el que Poli Rincón califica a Mourinho de sinvergüenza, además de dar lecciones al madridismo de fútbol y ética. Con esa tesitura es normal que el mourinhismo entre en una fase de normalización de la divertida minoría, con todas las caretas fuera y el disfrute de ver feliz a su héroe en Inglaterra, mientras toda la masa pide más cantera, centrocampistas y un entrenador con mano dura en el vestuario. El proceso se repite mientras nos enfocan los bostezos del portero titular de España cada diez minutos, en una agonía perpetua para distraernos de la exhibición de Modric.
El que comprende mejor los pitos es Cristiano Ronaldo. Ha tenido que correr hacia atrás para ganarse el reconocimiento de todo el público, como si marcar 200 goles fuese un argumento pueril. La consigna Raúl está muy extendida por el Bernabéu; es decir, Raúl era un jugador que realizaba carreras intrascendentes pero simbólicas para el público, en un alarde de garra y lucha (entendido así por el estadio). En intensidad el que ha dado un paso adelante ha sido Özil, capaz de realizar cambios de ritmo que no se veían desde los últimos días de Zidane y Redondo. Su recorte en el tercer gol es una obra de arte. Quizá lo más lamentable del partido, junto con la lesión de Özil, ha sido el clima de odio instalado en el Bernabéu. Hay muchos socios que veneran a Mourinho, como otros tantos reiteran su apoyo a Iker. El debate entre la partes y las alusiones constantes al fascismo y las filtraciones, en un claro acto de provocación, son el cóctel que comprende todo. Mourinho ha sacado de sus casillas a muchos altavoces mediáticos. Y nunca mejor dicho.
Real Madrid 6-2 Málaga (Albiol, CR7, Özil, Benzema, Modric, Di María/Santa Cruz y Antunes)
Diego López (5); Nacho (7), Varane (8), Albiol (7), Coentrao (7); Xabi Alonso (7), Essien (6); Özil (8), Modric (9), Cristiano Ronaldo (8), Benzema (6,5) || Di María (6), Higuaín (5), Fabinho (5).
Mejor jugador del partido: Luka Modric